Selva Negra, Alemania

Octubre 2004

La selva negra es una región preciosa llena de paisajes increíbles, lagos, cascadas y pueblos de cuento de hadas. Imagino que merecerá la pena en cualquier época del año, pero en otoño, cuando nosotros fuimos, es una auténtica maravilla.

Este es uno de esos viajes pre movil con datos, o sea, sin gps, ni internet, ni alojamientos reservados. La maravillosa experiencia de lanzarte a la aventura a recorrer carreteras y, al atardecer, buscar un sitio donde dormir.  Por favor, ser indulgentes con ls fotos, están tomadas con una cámara analógica y posteriormente escaneadas.

Nosotros por motivos familiares volamos hasta Bruselas, donde alquilamos un coche para hacer nuestro recorrido y terminar otra vez en Bruselas (terminamos nuestras vacaciones asistiendo a una boda en Namur). 

DIA 1

Partimos al amanecer desde Bélgica en dirección Luxemburgo en coche de alquiler, visitamos la ciudad por la mañana y comimos en la plaza, donde había un festival de otoño de la manzana, y podías comprar en los puestos salchichas a la brasa, cerveza, tarta de manzana o buñuelos.

Salimos hacia Baden Baden después de comer, con la intención de llegar pronto a la ciudad y buscar alojamiento tranquilamente.

Tras  perdernos, dar mil vueltas por unas carreteras y otras, parar a preguntar en varios sitios y comprar en una gasolinera un mapa mejor (recordar: sin gps)  llegamos a Baden Baden por la E52 al anochecer. Un viaje de tres horas y media se convirtió en un viaje de cinco horas, así que lo de buscar alojamiento tranquilamente… El alojamiento en esta ciudad es caro, y más si llegas un sábado por la noche, sin reservar nada.
Así que después de varios intentos, nos alojamos en un hotel precioso y muy romántico, de cuatro estrellas, llamado El Pequeño Príncipe (http://www.derkleineprinz.de/index.php?2en).


El hotel nos pareció una pasada, y  extrañamente, no resultaba muy caro comparado con lo que habíamos estado mirando por la ciudad, ya que como nos explicó el chico de recepción en un perfecto español, la habitación doble con desayuno nos costaba 80 €. La habitación estaba decorada en estilo antiguo, con papel pintado de flores y una cama con dosel… y nos pareció que tenía muchísimo encanto. Además el baño era gigante con una gran bañera con hidromasaje. ¿Qué mas se podía pedir?

 Como también era tarde para buscar un sitio para cenar, decidimos quedarnos en el restaurante del hotel, donde cenamos una ensalada para compartir, y dos segundos exquisitos con agua para beber. La carta era un poco cara, pero de nuevo todo era tan bonito y la comida estaba tan rica que no nos importó. Descansamos muy bien es nuestra preciosa habitación, nos relajamos en la bañera gigante y dormimos de maravilla.

DIA 2

Madrugamos y disfrutamos del elegante y completo desayuno buffet del hotel. 
La gran sorpresa llegó a la hora de pagar la cuenta, cuando en recepción nos pasan una factura de 300 €. Ante nuestra mirada de asombro nos explica que la habitación son 180 € (según el recepcionista, le entendimos mal la noche anterior), la cena 100 €, y 20 de aparcamiento. Y para colmo nos explica sonriente que la propina es aparte.

Nos dejamos el presupuesto de la mitad de las vacaciones.

En fin, este hotel se lo recomiendo a todos los que viajen sobrados de pasta, o los que se quieran dar un capricho, porque el hotel es verdaderamente especial.

Pagamos la cuenta y nos quedamos sentados en el coche, en silencio, como dos tantos, asimilando lo que acabábamos de pagar. Superado el susto del alojamiento y tras volver a echar cuentas,  recorrimos la ciudad. 

Baden Baden es una ciudad encantadora, la capital del veraneo europeo durante la Belle Epoque. Aunque  a primera vista es un lugar turístico, caro y pijo, por sus preciosos casinos y tiendas de lujo, tiene bonitas calles, una coqueta iglesia de estilo ruso de cúpulas doradas, balnearios, un castillo, las termas romanas de Caracalla…


Lo que más me gusto de la ciudad: el Lichtentaler Allee, un paseo ajardinado de estilo inglés, por la orilla del río Oos, por donde pasearon emperadores, generales y burgueses durante los últimos siglos. En los románticos puentes que cruzan el río, nos hartamos de hacer fotos, con los árboles rojos y amarillos de fondo.



Saliendo de Badem Badem tomas la carretera hacia la selva negra, la 500 Schwarzwaldhochstrabe (sí, de verdad se escribe así, apuntároslo bien). Empiezan los paisajes increíbles. Los valles se abren, salpicados de casitas de la pradera, y comienzas a subir montaña por una carretera bordeada de árboles. 
En Octubre, el espectáculo de colores nos dejó sin respiración. 


Tras hacer unas veinte paradas en cada curva para sacar fotografías, llegamos a Bühlerhöhe, donde hay una estación de esquí y un restaurante donde puedes tomar un chocolate caliente bajo un porche de madera mientras contemplas las montañas y las pistas de sky (totalmente verdes y aún sin nieve). El Zur Grossen Tanne también tiene menú con buena pinta y alquiler de habitaciones.



Seguimos hasta Mummelsee, un lago glaciar, donde merece la pena aparcar el coche y seguir el sendero que rodea el lago y dar un tranquilo paseo. El trayecto lleva una media hora, por caminos y pasarelas de madera, sin subidas, donde de vez en cuando encontrareis hamacas de madera en las que descansar y disfrutar de las vistas. También podréis ver algunas esculturas y, si os apetece, tendréis la oportunidad de alquilar una barca de pedales. 


Seguimos la carretera 500 parando en cada recodo del camino. Tal vez por ser octubre, encontramos la carretera muy tranquila y apenas sin tráfico, lo que nos permite ir disfrutando de las vistas y parando donde nos apetece.

 

Unos kilómetros más adelante , pasado Ruhesteisn, hay que tomar una salida a la derecha en dirección Allerheiligen. 


Empezamos el descenso al valle de Allerheiligen, donde encontraréis varios puntos interesantes: el monumento funerario de la selva negra, las ruinas de la Abadia de Todos Los Santos, y varias cascadas y saltos de agua. Disfrutar del camino.



 Las  viejas ruinas del convento son del año 1192, este lugar a sobrevivido a varios incendios hasta que en 1804 un rayo destruyó la iglesia y el lugar quedó totalmente abandonado. Ahora está rehabilitado para el turismo. Hay varios aparcamientos gratuitos, hoteles y restaurantes. 






El lugar tiene una curiosa mezcla, por un lado las vistas del valle son impresionantes, y ya mientras bajas la carretera descubres una especie de halo mágico en las ruinas y en el entorno. 
También hay un sendero que te lleva por el borde de un riachuelo plagado de pequeñas cascadas. La verdad es que es un sitio idílico. 


Algunas de las cascadas y saltos las iréis viendo por el camino, para las cascadas Allerheiligen tenéis que tomar una bonita ruta como de unos 2 kilómetros por pasarelas y escaleras de madera. También se puede llevar el coche hasta un aparcamiento cercano a la cascada.


Comimos junto a las ruinas, en Gaststätte Allerheiligen, una sopa muy rica, salchichas con chukrut y una tarta selva negra, pero de las de verdad, de chocolate y cerezas… buff, espectacular!! La porción más grande que había visto en mi vida.


Continuamos camino porque queríamos llegar  a Freudenstadt, pero estamos tan embelesados con las vistas que decidimos recorrer un par de carreteras más, y tomamos un rodeo por la L96 pasando por un curioso pueblito llamado Zwieselberg. Digo curioso, por que íbamos por una carretera atravesando un bosque tan frondoso que parecía que fuera de noche ( en realidad por eso se llama la selva negra, por la poca luz que pasa entre los árboles, según nos explicaron allí) y de repente se abre ante nosotros una gran pradera, soleada y salpicada de casitas… qué monada!!! Dejo puesta una foto que no es nuestra para que entendáis a qué me refiero exactamente.



Y resulta que todas las casas de Zwieselberg  anunciaban que alquilaban habitaciones. Nos entusiasmamos con la idea de pasar la noche allí, así que comenzamos a llamar puerta por puerta, pero no encontramos ninguna disponible, todo estaba ocupado.


Así que atravesamos otro trozo de bosque y llegamos a Kniebis, donde encontramos el Café- Pensión Waldesruhe (http://www.kniebis.de/Waldesruhe/index.html). Una gran habitación con baño, calentita, con una terraza enorme y unas vistas maravillosas. Con desayuno incluido, 51 €. Un sitio muy acogedor.


Para encontrar alojamiento en la selva negra, si vais a la aventura sin nada reservado, no hay ningún problema en el momento que descubres las palabras mágicas (sobre todo si no hablas nada de alemán):
ZIMMER: alquiler de habitaciones, casa rural.
FERIENWOHNUNGEN: casas de vacaciones.
Son cómodas, económicas, acogedoras y te permiten tener un contacto más directo con la gente de allí que los hoteles. Hay carteles por todas partes.

Una vez alojados paseamos por Kniebis, que tiene unas pequeñas ruinas y un riachuelo. 

Al anochecer fuimos a ver la ciudad de Freudenstadt, que es una ciudad pequeña, con una bonita plaza, la más grande de Alemania, y poco más. Nos encontramos con la sorpresa de que a las siete de la tarde, la ciudad estaba desierta y todo cerrado… lo que nos cuesta acostumbrarnos a los horarios europeos. La llamada “ciudad de la alegria” nos recibió sin pena ni gloria.



Cenamos resignados en un Donner Kebab, por que fue lo único que encontramos abierto en toda la ciudad.
Cerca de aquí, hay un par de localidades dedicadas a las aguas termales, como Bad Rippoldsau o Bad Peterstal. No nos dio tiempo a ir.

DIA 3
Seguimos la ruta hacia el sur por la 462, dispuestos a seguir disfrutando del paisaje que nos ofrece la Selva Negra con la bruma de la mañana.



Recorremos la carretera 294 atravesando otro valle y pasando por Alpirsbach, una pequeña ciudad con una bonita abadía benedictina del siglo XI, por donde merece la pena dar un paseo. Se puede visitar la abadía y la fabrica de cervezas Alpirsbacher. 




Después llegamos a Schiltach, un pueblo bello y muy cuidado con casitas de entramado de madera, una preciosa plaza del mercado y un museo gratuito de la madera y los oficios (es muy pequeñito, pero está curioso). 


Seguimos por la 294 a Wolfach, donde hay un viejo castillo y un museo de la minería (este museo no lo vimos por falta de tiempo, pero tenía buena pinta). 


En dirección Gutach, por la 33, llevamos apuntado el Museo de la Selva Negra, en Vogtsbauernhof (http://www.vogtsbauernhof.org/). 

Este museo al aire libre es muy interesante, ya que es una visita para retroceder en el tiempo y ver el interior de autenticas casas, edificios históricos y granjas de esta región, la mayoría completamente amuebladas. Puedes hacerte una idea de la vida que se ha llevado durante siglos en la selva negra, del estilo de vida tradicional.

Tardamos una hora en verlo, aunque nos gustó mucho y hubiéramos parado más tiempo, teníamos que seguir con la ruta.




 Comimos en un puesto junto a la entrada, salchichas y un refresco.

Hornberg es un bonito pueblo en el valle, desde el castillo hay unas vistas preciosas. 


Triberg también tiene encanto, por la carretera verás los relojes de cuco más grandes del mundo, y si les echas un euro, se mueven las figuras.


 Muy cerca visitamos Wasserfall, las cascadas de Gutach. El paseo está lleno de magia, las cascadas son preciosas y si tenéis suerte, veréis las ardillas saltando entre los árboles. Nosotros les dimos de comer un panecillo que llevábamos en la mochila.


Continuamos por St Märgen y St Peter, pueblos bonitos que vimos desde el coche, y seguimos la ruta en dirección al monte Kandell (1242 m), las vistas prometían ser espectaculares pero comenzó a caer la niebla y cuando llegamos arriba no se veía absolutamente nada. Muertos de rabia, proseguimos el camino hasta Friburgo entre túneles de abetos. Nuestra intención era dormir en la ciudad y pasear por la noche por ella, ya que tiene fama de tener un buen ambiente universitario. Pero cuando comenzamos a buscar alojamiento, nos dimos cuenta de que nos apetecía mucho más algo como lo de la noche anterior, un pueblo pequeño y un alojamiento rural, así que salimos de la ciudad y tiramos al norte por la 294 dirección Waldkirch. Nada más llegar a Waldkirch buscamos alojamiento y lo encontramos sin problemas. En la Casa Pensión Imhof (http://www.pension-imhof.de/home ), que está siguiendo la calle principal y cerca del cementerio, por 54 € una bonita y espaciosa habitación con baño completo y desayuno. Paseamos al anochecer por el pueblo y nos pareció precioso. En lo alto las ruinas del castillo, una iglesia barroca (de Sta Margarita), y una plaza bordeada de coloridas casas de siglos pasados. Cenamos en la misma plaza, en un Café que hacía esquina en un edificio rosa, una sopa de goulash riquísima y unos filetes. Mientras cenábamos, unas chicas que estudiaban español en el instituto se acercaron a hablar con nosotros, les hacía mucha ilusión practicar. Fue un día muy completo y aprovechado.
DIA 4
El desayuno estuvo de maravilla, con panecillos calientes, embutidos, zumos, quesos y café. La señora, encantadora, nos ofreció papel de plata para que nos lleváramos lo que quedó del desayuno para media mañana.
Friburgo nos recibió por la mañana con el bullicio del mercado frente a la catedral y la ciudad en plena actividad. Nos pareció una ciudad muy bonita, pero aunque tiene muchísimas cosas para ver, estábamos ansiosos por continuar por la selva negra, así que vimos en un par de horas lo principal (la catedral, la casa de Erasmo de Roterdan, el ayuntamiento, la puerta de Suabia y los canales junto al río) y continuamos la ruta. Y no nos equivocamos.
Primero atravesamos una zona de viñedos y castillos, luego paramos en Zavelstein, un pueblo encantador, donde comimos pan relleno y horneado y tarta de chocolate. Aquí paramos en un puesto de la carretera a comprar unas calabazas decorativas para traer de recuerdo. Es curioso lo de los puestos de la carretera, hay una mesa con cosas a la venta: frutas, calabazas, tartas, zumos, sidra, etc. Y no hay nadie para atenderte, hay una hucha donde tú después de coger lo que quieres, echas el dinero. Eso sí que es civismo.
La ruta continuaba a través del precioso valle de Münstertal por la L123, un monasterio benedictino se abre en medio de praderías y bosques donde te sientes en otra época. Mientras hacíamos fotos, las vacas y los caballos se acercaban a curiosear. También bonitas son las casas salpicadas por el valle, de madera con balcones floridos, tan típicas por allí.
Siguiendo hacia el oeste por una carretera de montaña (y de curvas) L142 se alcanza la cima del Belchen, desde donde los días despejados, se divisan los Alpes suizos, el mont Blanc, la llanura del Rhin y los Vosgos. Nevaba, así que nuevamente las vistas tuvimos que imaginarlas, pero a pesar de eso, el paisaje merecía la pena.
Pasamos por Schönau, donde hicimos una parada técnica frente a la bonita iglesia del pueblo, de cúpulas bulbosas, para echar unas postales al correo y comprar unas bebidas. Continuamos a Todtnau por la 317, en el que dimos un paseo. Muy cerca, en Hasbach-Aftersteg hay unas bonitas cataratas en un entorno boscoso lleno de encanto donde parece que van a empezar a aparecer elfos y duendes de un momento a otro. Para llegar a las cataratas desde Todtnau tomar la L126 hasta Aftersteg y a la antes de entrar al pueblo a la izquierda sale la Hasbachstrabe hasta el aparcamiento de las cascadas.
La cima del Feldberg (1493 m) en la carretera 317, nos ofreció por fin, las ansiadas vistas de la selva negra. Paseamos por la zona y tanteamos la idea de hacer alguna de las muchas rutas de senderismo señalizadas, pero preferimos seguir la ruta hacia Schluchsee, un lago de origen glaciar situado en un precioso paisaje. La ruta no nos decepcionó en absoluto y disfrutamos de los rojos, amarillos y ocres de los árboles en medio de aquel paisaje de ensueño.
Anochecía mientras llegábamos por la carretera 500 a Titisee, pueblo que rodea otro lago glaciar. Al acercarnos al pueblo vimos en la ladera de la montaña una granja preciosa que se parecía a las que habíamos visitado en el museo de la selva negra, mi marido iba diciendo lo mucho que le gustaría dormir en un sitio así. Atravesamos el pueblo buscando una casa rural y encontramos enseguida un muñeco de madera con el cartel “zimmer” y una flecha que nos llevó directamente a la granja que tanto nos había gustado. Por 35 € nos alojamos en una granja encantadora, con una habitación sencilla pero completa, con un gran balcón lleno de flores y unas vistas de impresión. No tengo el nombre de la casa, pero se llega con las siguientes indicaciones: salir de la 500 por la L156 Neustadter Strabe dirección Titisee, a la derecha sale un camino que pasa por encima de la autovía, llega a un cruce, girar a la izquierda y la primera a la derecha, ya veréis la granja en medio de la pradera verde.



Bajamos al pueblo y paseamos al anochecer por la orilla del lago. Es un sitio genial para pasar unos días de relax o un fin de semana romántico. Cenamos como campeones en un restaurante del pueblo, donde los lugareños se acercan a tomar unas cervezas y a charlar unos con otros. Aun era pronto pero el pueblo ya estaba desierto, nuestra habitación no tenía televisión y estábamos agotados, así que a las 9 de la noche, ya estábamos durmiendo.
DIA 5
Nos levantamos al amanecer como nuevos. Nos escabullimos entre los establos de la granja para ver como trabajaban con el ganado, ordeñaban las vacas… había mucha niebla, pero a pesar de eso, el sitio era tan encantador que paseamos por los alrededores hasta que levantó el día. Una abuelita digna de cuento, con una larga trenza blanca hasta la cintura y botas de goma, nos sirvió un desayuno enorme con mantequilla casera, bollos y todo tipo de embutidos.
Queríamos llegar hasta el lago Constanza para visitar Meersburg, así que nos alejamos de las montañas y salimos de la selva negra. Nos daba mucha pena dejar la zona pero debíamos seguir con la ruta. Tomamos la 31, desviándonos para hacer una parada en Donaueschingen, donde nace el Danubio en una fuente bajo una catedral de cúpulas bulbosas. Paseamos por la ciudad y por el borde del rió y sus jardines. Las calles de la ciudad no nos impresionaron demasiado a pesar de que tiene fama de tener gran interés arquitectónico, pero los jardines son bonitos. Continuamos con nuestro camino por la 31 hasta enlazar con la E41 y la E54, y llegamos a Meerburg a media mañana. Justo a la entrada del pueblo, a mano derecha encontramos una casa preciosa que alquilaba habitaciones: Gästehaus Flach, en Kronenstrabe Nº 6 (http://www.gaestehaus-flach.de/ ). 45 € habitación doble con desayuno, la habitación enorme con una gran terraza. Dejamos el coche en el aparcamiento de la casa y bajamos andando al pueblo caminando entre viñedos.
En una palabra: Sorprendente. Sabíamos que el pueblo era bonito, pero no esperábamos que nos dejara con la boca abierta. Callejuelas de casas de entramado de madera, arcos, plazas con fuentes y estatuas de piedra, un molino de agua, el castillo viejo y tres palacios, el paseo “marítimo” y los jardines junto al puerto… Comimos en una cervecería de la Unterstadt strasse y pasamos la soleada tarde paseando relajadamente por el pueblo, junto al lago, por los jardines, por arriba, por abajo… precioso, estábamos encantados. Vimos atardecer desde los jardines del palacio, con el sol reflejándose en el lago y ocultándose tras la orilla suiza. Nos recomendaron ver la isla de Mainau (o isla de las flores) y Lindau, una ciudad cercana que era muy bonita, pero nos gustó tanto Meersburg que no quisimos movernos de allí. Cenamos en Alemanen Torkel, un romántico restaurante de la Steig strasse a la luz de las velas. Y ya de noche, con un frío que pela, volvimos a la casa a dormir calentitos bajo el edredón.
DIA 6
Nos levantamos llenos de ánimo por que volvíamos a la selva negra. Desandamos lo hecho los días anteriores y pasamos por algunos de los sitios en los que habíamos parado los días anteriores, hasta la E31, 

Por Haslach im Kinzigtal, con bonitas casas y parques floridos

por la que llegamos hasta Gengenbach, un pueblo de cuento de hadas. Dejamos el coche en las afueras y entramos al pueblo por una arcada, el casco histórico y las callejas de entramados de madera te obligan a hacer mil fotos, como por ejemplo la calleja Engelgasse. Se levantó un aire helado así que pasamos a una cervecería a recobrar fuerzas. Continuamos hasta Estrasburgo, aparcamos el coche en las afueras y recorrimos la ciudad. La ciudad está llena de cosas bonitas, como la pequeña Francia, que es un barrio de casas de madera, junto al río, la catedral, las antiguas murallas, y las exclusas del río. Nos estaba encantando. Pero comenzó a llover a cantaros y hacía un frío que te helaba la respiración, así que nuestro paso por la ciudad fue a la carrera. Hacía tantísimo frío que hicimos algo que va totalmente en contra de nuestras creencias de viajero: tomamos el trenecito turístico para recorrer la ciudad. Completamente calados y helados llegamos al coche y nos comimos dentro unos bocadillos que habíamos comprado en el centro. Cogimos la autopista y subimos al norte, atravesando Francia, hasta Trier (o Treveris). Este pueblo tiene mucha historia y algunos monumentos muy importantes, así que habíamos decidido hacer nuestra última noche en Alemania allí, por que además nos pillaba bien para emprender al día siguiente la ruta de regreso a Bélgica. Buscamos casas rurales del estilo de las que habíamos tenido los últimos días, pero no encontramos ninguna, así que finalmente nos quedamos en el hotel Astoria. 80 € una habitación que no le llegaba ni a la suela del zapato a las que habíamos tenido hasta aquel momento. Pero estaba limpio y céntrico. Caminamos hasta el centro y vimos la plaza, la Porta Nigra y los principales monumentos. Cenamos muy bien frente al hotel en un pequeño restaurante donde solo tenían la carta en alemán y terminamos eligiendo la cena al azar, y a dormir. Al día siguiente debíamos regresar a Bélgica y teníamos varias horas de camino, así que nos acostamos pronto, empezando ya a sentir la añoranza por la selva negra, sus pueblos, sus gentes y los maravillosos días que habíamos pasado.




























































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